La salida de Cristiano del terreno de juego es como la retirada de un cuerpo inerte del campo de batalla. Las manos cubren el pudor de un rostro ensangrentado en llanto. El enemigo, en pie, aplaude a quien ha demostrado su valor en tantas lides. Pocas veces ha encontrado este jugador que jamás deja indiferente semejante unanimidad. Si ha correspondido siempre con la grandeza que invoca su talla como futbolista, no es momento de juzgarlo. Seguramente, no. Saint Denis lo hace. Da su aliento a Les Bleus, que se quedan en la orilla adonde llega una nave alentada por un líder en el lugar de un náufrago, con las manos alzadas en el horizonte. Nunca la crueldad fue tan bella. [Narración y estadísticas (1-0)]

Esta Eurocopa levantada por Portugal y luchada por Francia hasta la extenuación no se va a distinguir por el toque excelso que dejó la España de Iniesta y Xavi, uno de los padrinos de la final, con su traje de hombre y sus zapatillas de niño que juega a la pelota. En la Rue Rivoli de París han permanecido sus imágenes durante el torneo, junto a las de Zidane, Di Stéfano o Puskas. La Copa que Xavi colocó en su pedestal, la toma un jugador enorme al frente de un país con el que el fútbol tenía una deuda, aunque no la pagara cuando más razones tenía.