En su maravillosamente retorcido decimoséptimo disco solista, Iggy Pop posa como un personaje ilustre venido a menos, un espectacularmente bizarro Leonard Cohen que todavía gruñe, que todavía espera pasarla bien. «El poeta vivo más grande de América/Te estuvo mirando toda la noche», canta con modestia en «Gardenia», dirigiéndose a una mujer «mucho más alta y fuerte» que él, con una «cadera como un reloj de arena» y una «espalda poderosa». (¿Qué mujer no se sentiría halagada?).

En «Paraguay», reúne guitarras criollas con campanadas de doce cuerdas estilo Byrds, mientras fantasea con escaparse del mundo moderno, y se lanza a una diatriba maravillosa en la que le dice a alguien: «Agarrá tu maldita laptop/Y metétela en esa puta boca sucia». En «American Valhalla», obsesionado con la muerte, Iggy reflexiona sobre su mortalidad y canta: «Si viví más de mi tiempo de uso/Por favor tómense mi jugo». Claramente no fue así, pero si ese jugo te puede conferir algo de su poder salvaje, seguro, man: ¡sírvanme uno!