El 23 de julio de 2011, el mundo perdió a una de las voces más impactantes y auténticas de la música contemporánea: Amy Winehouse. Con tan solo 27 años, fue encontrada sin vida en su departamento de Londres, dejando tras de sí un legado breve pero profundamente influyente. Dueña de un talento que desbordaba los géneros, Amy supo mezclar jazz, soul, R&B y pop en una fórmula tan única como su voz rasposa y emocional.

Nacida en 1983 en Londres, creció rodeada de música. Desde muy joven mostró una sensibilidad especial para componer y una voz que captaba la atención con cada nota. En 2003 lanzó su primer disco, Frank, aclamado por la crítica, pero fue con Back to Black (2006) que alcanzó el estrellato mundial. Con canciones como “Rehab”, “You Know I’m No Good” y “Love Is a Losing Game”, Amy se convirtió en un fenómeno que devolvió el soul a las listas de éxitos en pleno siglo XXI.

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Ganadora de cinco premios Grammy en una sola noche, Winehouse parecía imparable, pero su lucha con las adicciones, la presión mediática y sus relaciones tormentosas comenzaron a afectar su salud física y mental. Su talento, a pesar de todo, seguía brillando. Cada presentación suya era impredecible, intensa y muchas veces desgarradora. Era una artista que no sabía esconder lo que sentía y eso la hacía aún más humana.

Su muerte a los 27 años la unió al tristemente célebre “Club de los 27”, pero su obra la separa del resto por su originalidad, crudeza y elegancia. Amy no solo cantó sobre el amor, el dolor y los excesos: los vivió, los transformó en arte y los dejó grabados para siempre. Catorce años después, su música sigue sonando como si hubiera sido escrita ayer, porque las emociones que transmitía nunca pasarán de moda.

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